Mis vecinos: Los del Penthouse
Enseguida me pregunté:
— Hombe, ¿qué estará pasando allá arriba?
No solo era la botadera de vainas pa’l piso, sino el piar intenso de un pajarillo que, por su porte, delataba su abolengo. Pertenecía nada más y nada menos a la distinguida familia de los Troglodytes aedon, conocida en los bajos fondos como “cucaracheros”, pajarito común.
— ¿Qué tendrá tan alterado al susodicho?
Me quedé callada —como chismosa de barrio sin licencia— solo observando, intentando leer en su lenguaje corporal qué lo tenía tan agitado. ¿Por qué tantas groserías, de echar todo al precipicio sin medir consecuencias?
¡Me estaba ensuciando todo el piso con su desparpajo!
“Tan chiquito y tan bravucón”, pensé. Mas, por su movimiento inquietante y su colita respingada, asumí en mi sano juicio:
— ¿Y qué tal si no se trataba de un pajarito, sino de una pájara?
“Ah, pues eso tendría más sentido.”
— Ahí está... Seguro se enteró de que el marido le había hecho nido a otra mientras ella estaba juiciosa en casa cuidando de los críos.
¡Qué descarado! Sí, mijita, haces bien, échele todo pa’ afuera al infiel. Le grité en lenguaje de señas.
Entre mujeres debemos apoyarnos —eso siempre dice mi abuela—.
Ah, no… pero el lío seguía, y yo veía más basurita del techo caer. De broma echa el mismo techo pa’l piso de la rabia que se cargaba. Y luego pensé:
— Ajá, ¿y qué tal si no es una esposa celosa?
Quizás sea más una disputa de un arrendador con su arrendatario. Es más, ¡ahí es! Seguramente el inquilino se bebió en un manantial los tres meses de arriendo que le debe al dueño del inmueble.
¡Qué descarado este! Yo, como el arrendador, estaría igualito de aburrido. ¡Que eche al desgraciado! —grité mentalmente, en solidaridad con el afectado, obviamente.
Mas seguía pío aquí y pío allá.
— ¿No será más bien que está peleando un derecho a territorio? Es bien sabido que los machitos de esta especie son bien territoriales... ¡Ya está, eso es! No hay que buscarle más vueltas al trompo. Está peleando una herencia. Eche, mijita, eso es —me digo—.
“Mira tú, ya me estaba montando un culebrón de mis vecinos del Penthouse.”
En eso escucho la voz melodiosa de mi mamá desde mi habitación, diciendo a todo pulmón:
— ¡Susana, ve inmediatamente a ordenar este cuarto, que ya parece un nido!
¡Eche! —dije sin inmutarme aún desde mi chinchorro—.
— Ni esposa celosa, ni riña por deuda, ni disputa por herencia. Esta revuelta no es más que una cantaleta de una madre cucarachera a su pichón.
Este seguro dejó la habitación hecha un desastre, y aquí está la mae, dándole y dándole al pico.
— ¡Eso le pasa por flojo y sinvergüenza!
En eso veo que mamá se acerca a mí con chancla en mano, y yo, de un tirón, me echo fuera del chinchorro.
— Ajá, mamita, ya voy de inmediato. No se me altere así, que no es para tanto.
Apenas entré a mi habitación, mamá empezó a sermonearme por el estado de la pieza, comparándola —esta vez— con un chiqueral. Murmurando entre dientes, intenté defenderme: que ese era mi espacio personal y tenía derecho a que se respetara tal como estaba.
Más vale que no! Ahí comenzó el piar incansable de mamá: “Mientras tú vivas bajo mi techo…” Y por ahí se fue el sermón, que no terminó hasta ver recogido el último par de calzón.
Yo seguía sumergida en mis pensamientos, mientras, al fondo, como a lo lejos, aún se oía la voz de mi mamá, piando otra vez, pero por otro asunto.
Y me dije a mí misma:
"Vaya… yo, que me divertía a costillas del mal ajeno, y ahora aquí estoy recibiendo una cucharada de mi propio remedio".
Bien dice mamá: el que escupe pa’ arriba, se traga la saliva.
¡Lleve del buche por metiche! —me dije riéndo—.
Viernes 24, octubre 2025
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