Febrero



Para las hijas del sol:
Mis hijas, porque lo que para cada una fue su primer aliento,
para mí es un renacer que ocurre cada Febrero.

Y Dios dijo: “¡Sea la luz!”
¡Oh… pero esa luz!
Un frío desconocido me envuelve.
¿Qué está sucediendo?
Me expreso con una fuerza que no sabía que poseía;
brota desde mi pequeño pecho,
asciende por mi garganta
y estalla al salir de mi boca.
¿Será esto… el llanto?

Mis pulmones se llenan de algo,
algo que me da fuerza.
¡Wow… qué sensación tan fantástica!
¿Será esto respirar?
¿Habré entrado en una nueva órbita?
Oh… vaya… mmm…
es extraño, no se siente igual.
Allí, de donde vengo, lo recibía a través de una manguera.
Por cierto… ¿dónde está?
¿Cómo voy a respirar?

Seguiré llorando,
a ver si logro llamar la atención.
Pero noto que, aunque elevo mi voz,
nada ni nadie se altera.
Al contrario…
escucho voces armoniosas,
murmurando muy cerca.
Incluso una melodía.
No suena mal,
aunque sí un poco fuerte.

Todo lo percibo con demasía:
los aromas,
los sonidos,
el tacto…
¡Es un poco molesto todo esto!

Mi olfato distingue nuevos aromas:
algunos suaves,
otros intensos,
pero ninguno invasivo.
Intento abrir mis ojos…
pero la luz imponente
me obliga a cerrarlos de inmediato.
Aun sin ver,
puedo percibir la dimensión del lugar.
Es evidente:
es mucho más grande que mi hogar.
Pero no me gusta.
¡Quisiera regresar!

¡Up!
Me alzan sin mi consentimiento,
como si fuera un juguete.
Estoy desnudo, y el frío me atraviesa.
¡Qué molesto!
Ahora me colocan de espaldas
sobre una superficie dura,
plana,
fría.
¡Alguien que me abrigue!

Una voz firme interrumpe mi quejido:
—Doctor, aquí está el reporte del neonato:

El peso es de 3.7 kilogramos,
la talla de 51 centímetros,
y la circunferencia cefálica de 34 centímetros.
El bebé llora con fuerza,
su reflejo de succión es bueno
y sus signos vitales están estables.

Mientras escucho atento,
intento abrir mis ojos de nuevo.
¡Pero bah!
Esa molesta luz acapara todo el lugar,
por poco me deja ciego.
¿Se cree acaso el sol?
Apenas son destellos
que parecen formar una constelación…
Es evidente:
no es el cielo.

Wow… ahí va de nuevo.
Siento que me zarandean de un lado…
Pero… ¿qué es esto que siento?
Algo desconocido cubre mi cuerpo.
Es suave y me devuelve el calorcito.
Eso está bien…
aunque no es lo mismo.
Bueno…
al menos ya no me siento tan expuesto.

Igual seguiré llorando.
No es por molestar,
pero no sé qué otra cosa hacer.
Tantas sensaciones me tienen abrumado.
Además…
quiero volver a mi hogar,
a mi refugio,
a mi mundo.

Hago una tregua
para recordar el lugar
donde estuve hace poco,
y del cual me han arrebatado.
¡Mi hogar!

Allí todo era tan distinto…
Para empezar, era tibiecito.
No tenía mucho espacio,
pero no lo necesitaba.
Si estiraba mis extremidades o mi cabeza,
el lugar se expandía lo necesario.
El interior era oscuro,
aunque alcanzaba a percibir
una luz brillante que provenía del exterior.
A través de las paredes de mi refugio
se veía como un sol:
su resplandor rojizo y tenue
era apropiado para mis ojitos.

“Allí reina una paz divina.”
Aunque no haya silencio absoluto…
¡es perfecto!

Existen sonidos tan relajantes
que hacen de mi hogar un lugar celestial.
De aquellos sonidos,
uno es más rítmico,
marcando sin falta un compás.
Podría compararlo
con el sonido de un tren,
pero con la constancia de un reloj de pared.

El otro, en cambio,
suena como la corriente de un río
que fluye por una tubería
en forma de manguera,
y que además hace conexión directa con mi cuerpo, justo en la mitad,
por donde recibía también mi sustento.
Y, por lo que veo,
me han arrebatado gran parte de ella.

Por cierto…
acabo de recordar que es tiempo de comer.
Creo que tendré que intensificar más mi llanto.
¡Espera! ¿Qué sucede?
¡Arriba de nuevo!

Otra vez esas voces…
ahora las percibo con más claridad.
Unas tres, tal vez cuatro,
aunque no estoy seguro.
Están más cerca de mí y ríen.
No puedo verlos aún;
mi audición es mi principal guía.

Pero por más que lloro,
nadie se acerca a auxiliarme.
Me siento ignorado.
Seguiré llorando…
¡Creo que funcionó!
¡Up!

Shhh… silencio.
Al parecer escucharon mis reclamos y…
escucho un tono dulce,
armonioso,
familiar.
Estoy seguro de que proviene de mi hogar;
me está llamando,
me estaba extrañando.

Algo me impulsa a querer abrir mis ojos,
pero aún no puedo hacerlo.
Mas escucho su voz y guardo silencio.
Permanezco atento;
ya no necesito llorar,
así que me calmo.

Sé que todo estará bien
de aquí en adelante.
Y nuevamente me siento seguro.
Percibo cómo me voy acercando
a la atmósfera que ya conocía:
ese calorcito,
ese aroma,
esos sonidos que trae consigo.

Mientras me deleito escuchando su dulce voz
junto a los ritmos de su cuerpo,
estoy acurrucado muy cerquita de su pecho.
¿Será amor?
Me pregunto…
—Aquí estoy, bebé —me responde.

Y me llena de caricias sutiles
mientras lloriquea bajito.
Ríe y llora,
llora y ríe…
mientras posa suavemente en mi frente
sus labios dulces y suaves.

De nuevo ese sonido rítmico:
tun, tum, tun…
solo que ahora se escucha más distante.
No puedo evitarlo,
quiero ver a “Amor”.

Hago un nuevo intento por abrir mis ojos.
¡Lo logro!
Mas solo alcanzo a ver formas confusas.
Amor se sorprende,
cree que realmente puedo verla,
y ríe, llora,
y me besa nuevamente:
mi cabeza,
mi frente,
mis manitas.

¡Por mí que ni se detenga!
Cada beso suyo es un rayito de sol en mi cuerpo:
me brinda calor,
me da seguridad,
me da confort.

Tanto bienestar me hace pensar…
¿Será esto una extensión del cielo?
¿Será que es Dios?
¿O que Amor y Dios son lo mismo?

Mas ella murmura:
—Dios existe.
¡Ah! —me digo—
entonces no es Dios.
Y como si leyera mis pensamientos,
ella responde:
—¡Soy mamá!

¿Mamá?
Ah, sí…
¿Cómo se me pudo olvidar,
si estuve escuchando ese nombre por casi cuarenta semanas?

“Amor es Mamá.”
Y ha sido mi hogar,
mi sustento,
mi cobijo,
mi todo,
por todo ese tiempo.

Escucho un sonido que proviene de mí:
son mis tripitas armando alboroto.
Me siento pleno,
solo que ahora me ha dado hambre…
¿Será que lloro para avisar?

Mamá, instintivamente,
advierte mi necesidad y me acerca más a ella.
Me eleva al nivel de su pecho.
Desesperado,
abro mi boca
y me aferro a este nuevo surtidor de alimento.

Aaah…
es tan dulce, tan tibio, tan ligero…
¡Esto sí que es una sucursal del cielo!

Las entidades ajenas,
que hace poco sentía tan de cerca,
siguen aquí,
pero más distantes, más silenciosas.
Han dejado de molestarme.

Y de tanto que lloré,
me agoté.
Ahora, este elixir proveniente de mamá
me ha producido tal bienestar
que me está dando sueño.

Y mientras me voy rindiendo
ante el reino de Morfeo,
por mi mente pasa lo que fueron mis últimos momentos
antes de abandonar mi nave especial.

Empecé a recordar
que mis movimientos se hacían cada vez más bruscos.
Me urgía algo,
no sabía si crecer
o salir.

Solo sé que mi antiguo hogar —su vientre—
se me estaba haciendo tan estrecho
que, cuando me movía,
escuchaba afuera una fuerte algarabía.

Llegué a sentir cómo tocaban mis manos, mis pies, mi cabeza,
a través de las paredes que me aguardaban.

Entre una de esas maniobras,
en las que me balanceaba de un extremo a otro
como astronauta en el espacio —sin gravitación—,
el mar espeso e incoloro en el que flotaba
salió expedido por el drenaje
que estaba justo debajo de mi cabeza.

Fue allí donde me di cuenta
de que algo grande estaba por suceder.

¡Voilà!
(Heme aquí).

Abrí mis ojitos nuevamente y, mirando a mamá, le dije en pensamiento:
—Hasta luego, mamá.

—Descansa, mi amor —me respondió al instante,
como si me hubiese escuchado.

Se inclinó y me besó una vez más,
confirmándome que podía descansar confiado,
que ella permanecería aquí, a mi lado.

Todo estará bien,
me dije.

Y mientras mis párpados se iban cerrando pausadamente,
me vino a la mente:
—Qué bueno que llegó febrero.

Y así, en el calor de su abrazo,
acurrucado en su pecho,
comprendí que, he aquí,
comenzaba una nueva travesía para ambos.

Lunes, 15 de septiembre del 2025

Comentarios

Entradas populares de este blog

Con Derecho A Inquilinato

Entre Amig@s