El Refugio De Las hadas

Hoy, lunes al fin inicia el receso escolar. Mamá está cortando el monte del patio, mientras yo preparo el desayuno.

Noto que va limpiando con destreza la maleza, pero en cuanto llega a una parte donde el monte se detiene para dar paso a unas ramas rojas con flores blancas —casi imperceptibles— ella la bordea o se devuelve con la guadaña y corta por otros lados, evitando meterla por esa parte.

De pronto oigo que me llama:

—Susana, ven pa’cá, y mira esto.

Me señala las ramas rojas con las mínimas florecillas blancas.

—Esto que ves aquí —dice— es una cúpula.
—¿Una cúpula? —pregunto.
—Sí, mira bien: está en forma de atmósfera, cubre esta parte del jardín como una cúpula… ¿Sabes lo que significa eso?

No era necesario preguntarle nada, porque igual ella me daría sus razones. Y así fue:

—Aquí yace una guarida para hadas. Fíjate: si intento meter la mano o cortar con la guadaña, se enreda, y tengo que sacarla de inmediato.

“Ay, va otra vez”, pensé. Mamá, con su imaginación a mil.

El olor a panquecas quemadas me hizo volver de inmediato a la cocina, mientras ella se quedó agachada, observando lo que —según ella— era un refugio para hadas.

Al rato, después del desayuno, le pregunté con ironía:
—Ajá, ma, ¿y en qué quedó el corte de la maleza? ¿Será que si podrás con el refugio de las hadas?

Ella entendió mi intención y, sin cambiar su tono de seriedad, me respondió con toda naturalidad:
—Ajá, mijita, tocará que sea mañana… o tal vez otro día. Ya hablé con el encargado del refugio de las hadas y le dije que lamentablemente tienen que desalojar.

—¿Con el encargado dices? —pregunté riendo, para darle rienda a su lengua.
—Sí, hija. Él me preguntó cuál era el propósito de mi advertencia, que por qué acabar con toda la maleza. Le expliqué que no se trata de acabar, sino de podar, para que el jardín se vea más hermoso. “Verás, es como cuando vas al salón a cortarte el cabello: no te lo quitan todo, solo te cortan dos dedos para que siga creciendo sano y bello”.

El hada me desafió y me dijo:
—“¿Y qué tal, doñita, si le digo que no nos vamos?”
Yo le respondí, con la tranquilidad que me caracteriza:
—“Ay, amigo, si no lo corto yo, mañana vendrá alguien más y lo hará, y no con la paciencia con la que lo estoy haciendo. El que venga después de mí no usará guadaña ni machete, ni siquiera podadora. Vendrá con un líquido tóxico, matando todo a su paso, y no solo a la maleza.”

Suspiró y me dijo, preocupado, que no sería fácil irse de un lugar a otro, y menos tan rápidamente.
—Me imagino, mijo —le respondí—. Lo sé yo, que tuve que salir de mi país con tres trapos colgando y mi muchachita.
—Ve tranquilo, mijo, y no te doy solo este día, sino toda la semana para que tú y los tuyos se acomoden como puedan en otro lugar mucho menos visible que este. Mientras tanto, no te preocupes: seguiré podando por otros lados del patio.

Nos despedimos estrechando mi dedo contra su pequeña mano. Y eso fue todo.

Yo no dije nada más; solo me quedé viendo a mi mamá tragándose, con descaro, el último bocado de mi panqueca que recién había arrebatado de mi mano.

Se rió, tomó un sorbo de café y luego me dijo con cinismo:
—¡Sigue preguntando tonterías y verás cómo te casco por andar de atrevida!
—¿Quién te dijo acaso que las hadas existen?

Iba ya a responderle cuando de pronto recordé: ah, para qué perder el tiempo, si siempre me hace lo mismo... “Me distrae con sus cosas y me roba el último bocado justo cuando lo estoy llevando a la boca.”

Eso me pasa, sí: no por atrevida, sino por ¡tonta!

...Aunque, mientras se reía por su picardía, juraría haber visto entre las ramas un leve parpadeo de una lucecilla…

Abrí tanto los ojos por la impresión que ella en el acto volteó; fue entonces cuando aproveché, metí la mano en su plato, le quité el último pedazo de queso y me lo comí de inmediato.

Al darse cuenta se puso de pie de inmediato y yo, estando alerta por lo que se venía también, corrí por mi vida y ella detrás de mí con la chancla dispuesta en la mano para atestármela apenas me tuviera en su blanco.

Y así terminó la hora del desayuno, entrando y saliendo por cada una de las siete puertas internas que tiene la casa. Tal parecíamos ninfas jugueteando en un campo de lirios... hasta que ella se cansó y pidió una tregua.
—Eso sí: mamá cuando pide tregua no es tregua, es rendición total.
Ni siquiera se esfuerza por cobrármela más tarde. A ella se le olvida y a mí... por supuesto que más.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Febrero

Con Derecho A Inquilinato

Entre Amig@s